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Notas

Genocidio Aché. De la memoria oral al relato histórico

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Fotos: Survival. Miguel Chase Sardi. Libro Agonía y muerte de los indios guayaki del Paraguay.

En el Día del Indígena Americano compartimos el trabajo del periodista paraguayo Miguel H. López acerca del genocidio del pueblo Aché, análisis en el que se basaron sus artículos publicados en tres entregas en el Correo Semanal del diario Última Hora. Los textos abordan relatos de terror sobre lo que padeció el pueblo indígena Aché durante la dictadura stronista. Con el deseo que toda la comunidad nacional e internacional tenga conocimiento y se solidarice con la historia del Pueblo Aché, exponemos a continuación el artículo completo.

Por Miguel H. López.

«A la memoria le queda la ventaja del reconocimiento del pasado como habiendo sido, aunque ya no lo es; a la historia le corresponde el poder de ampliar la mirada en el espacio y el tiempo, la fuerza de la crítica en el orden del testimonio, explicación y comprensión, el dominio retórico del texto y, más que nada, el ejercicio de la equidad respecto de las reivindicaciones de los distintos bandos de memorias heridas y a veces ciegas a la desgracia de los demás. Entre el voto de fidelidad de la memoria y el pacto de verdad en historia, el orden de prioridad es imposible de decidir ».

Paul Ricoeur

Esta es una primera aproximación a lo que cuentan los indígenas aché acerca de lo que vivieron bajo la dictadura de Stroessner (1954-1989) y casi los extermina. Aquí se encontrarán claves para comprender la dimensión y trascendencia de las memorias de pueblos enteramente orales y los procesos de re-significación que van desencadenándose a lo largo de los años como derivación de contactos/confrontaciones/imposiciones culturales, traspasando las fronteras y dimensiones de los universos de interpretación y cómo se transforman en relato histórico.

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El recuerdo y la historia

El relato histórico de la historia reciente es indiscutiblemente una reconstrucción de fragmentos de recuerdos urdidos con una necesaria intersubjetividad sin cuya articulación sería imposible interpretar los hechos más allá de las emociones.

Este proceso –con impronta de silencio, olvido y trauma- necesita, para ser debidamente encuadrado, su matriz significante, aquello que le da sentido, significación y dimensión en un contexto y momento específicos de la historia.

El genocidio[1] aché que tuvo su pico sistemático y masivo entre las décadas del ‘50 y ’70, con el aniquilamiento de casi el 70% de la población, es uno de esos casos de relatos orales sin cuya existencia no hubiera sido posible saber a cabalidad lo que ocurrió, la escala de su impacto ni su implicancia etnocida hasta el presente.

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Registros

Los relatos de contactos con indígenas que reúnen las características propias de los aché, silvícolas cazadores-recolectores, se da en los primeros tiempos de la colonización española (siglo 16 al 18), tiempos del sometimiento y destrucción cultural de pueblos originarios locales en los enclaves religiosos de franciscanos y jesuitas. Los entonces llamados kaîngua (ka’aguygua), los indómitos habitantes de las espesuras, estuvieron siempre signados por la persecución física –cuando no de otros grupos tribales- por parte de capangas o por el acoso de ideologías y propagandas de la fe con anuencia de los sistemas políticos gobernantes: la monarquía primero (la de los gobernadores y virreyes españoles y sus emisarios con distintos sistemas de explotación, esclavitud y obliteración), y luego los regímenes presidencialistas, la dictadura stronista[2] (1954-1989) en el caso que nos ocupa.

Los registros más sistemáticos y documentados sobre la vida libre y las persecuciones, cacerías, asesinatos, secuestros, violaciones, despojo territorial y esclavitud de aché aparecen hacia principios del siglo 20. El caso del alemán Federico Myntzhusen, en 1910 y hasta mediados de 1940, es el más lejano que se conoce. Posteriormente ya entre 1960 y 1970 es cuando el mismo volumen y la escalada de violencia en contra del grupo obliga a antropólogos, indigenistas, estudiosos y periodistas a organizar, registrar y denunciar esos hechos.

En todos los casos ocurridos y conocidos, la anuencia de las autoridades de turno -desde los niveles más altos hasta el último peldaño- fue el salvoconducto para todo tipo de abusos y atropellos en contra de los 4 grupos aché conocidos entonces: los del norte autodefinidos Aché Gatu (gente buena, gente verdadera); los del Yñarô, la línea antropófaga (Aché Wa o Ua), que muestra más marcadas diferencias culturales como la casi ausencia del ritual central de rectificación ética[3]: tômumbu (reventar cabeza) y sus creencias sobre el universo y la vida; los del Ñacunday, llamados por los del norte Aché Irôiângi (autodefinidos también aché gatu) y los del Sur, los extraordinarios Aché Purâ, actualmente disueltos en los demás grupos distribuidos en 6 comunidades: Kuêtuvy-Ko’êtî y un desprendimiento de dos familias en Kuêtuvyve, Arroyo Bandera y Chupapou en Canindeyú; Cerro Morotî (donde fuera el campo de concentración en donde los mantuvo la dictadura bajo la denominación de Parque Nacional Guayakí en Caaguazú, a cargo del cazador de indígenas y militar subalterno, Jesús Manuel Pereira y luego la iglesia estadounidense A las Nuevas Tribus); Puerto Barra-Tapy en Alto Paraná y Ypetîmi en Caazapá (donde viven los últimos 4 aché wa –abril de 2015- sobrevivientes del genocidio).

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Los que más tempranamente sufrieron el exterminio genocida y etnocida fueron los aché wa, que pese a su ferocidad constituyeron los primeros en ser reducidos por los cazadores de humanos y empleados por la dictadura como perros de rastreo de campamentos guerrilleros en los montes y a otros aché en estado selvático. Ya en 1959 –refiere Philippe Edeb Piragi 1999- los últimos 30 miembros de este grupo agonizante, capitulaba en Arroyo Morotî (Caazapá)

Los territorios tradicionales de este pueblo abarcaban una superficie de 5.000 kilómetros cuadrados de monte subtropical, lo que en la actualidad se reduce – sumando todas las comunidades juntas en los 4 departamentos – a poco menos de 20 mil hectáreas altamente deforestadas e intervenidas agresivamente por cultivos mecanizados de soja transgénica, impulsados mayormente por colonos brasileños y empresas. La población total aché, la de mayor tasa de natalidad entre los 20 pueblos indígenas del país, en el censo nacional de 2013 solo llegaba a 1.942, lo que evidencia su casi exterminio en el proceso inconcluso de genocidio.

La principal razón de la persecución, expulsión y asesinato que emprendió el gobierno dictatorial de Stroessner en contra de los aché fue para apropiarse de sus tierras a fin de entregarlas a la ganadería y la agricultura –a grupos agropecuarios nacionales y transnacionales- bajo la pregonada idea de paz y progreso sin comunismo ni comunistas. En ese sentido, las culturas primigenias representaban un obstáculo a los planes del régimen de expandir la frontera agrícola y acaparar los territorios aché. Para este propósito ejecutó un plan sistemático de aniquilación física y cultural.

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La memoria oral y el relato histórico

La historia del genocidio del pueblo aché no podría haber sido reconstruida y denunciada convenientemente sin la memoria oral de las víctimas. Siempre entendiendo que en los encuadres culturales se tienen los significados y símbolos que permiten volver comprensible lo vivido[4], aún en estados de trauma. Lo que en sentido ricoueriano serían aquellos recursos simbólicos que circulan en la cultura constituyendo uno de los rasgos que prefiguran toda narración.

En este trabajo abordamos tres grandes momentos de relatos y representaciones hechos por los sobrevivientes y su descendencia, además de algunas inserciones de análisis de narrativas recogidas en conversaciones con ellos en las distintas comunidades.

Las primeras entrevistas sobre lo ocurrido a los aché sirvieron de base a las denuncias hechas por Mark Münzel, Bartomeu Meliá, Luigui Miraglia, Donald McCullin, Cristine Münzel y otros entre 1971 y 1975.

Luego, en julio de 2008, la Comisión de Verdad y Justicia realizó una histórica audiencia pública en la sala bicameral del Parlamento donde comparecieron representaciones de distintos pueblos indígenas a testimoniar sobre el genocidio y etnocidio bajo la dictadura stronista, siendo el de los aché el más emblemático por su ocurrencia tardía, la saña y sistematicidad con la que fueron ejecutados. Lo allí expuesto constituyó la base del informe final donde el Estado reconoce la perpetración de hechos de genocidio (Informe final. Capítulo III: Violaciones de Derechos de los Pueblos Indígenas. Tomo III: Las Violaciones de Derechos Humanos de Algunos Grupos en Situación de Vulnerabilid)

acheFotografía de Miguel Chase Sardi

Posteriormente, atendiendo a la ampliación de la querella en tribunales argentinos por jurisdicción universal –concretamente sobre el genocidio aché- el colectivo denominado Kuaa Reko (Memoria) realizó en Asunción en julio de 2014 el encuentro Kuaa Reko Jue (Memoria necesaria) donde 4 ancianos sobrevivientes del genocidio narraron sus peripecias.

Primera reconstrucción

En el primer grupo de testimonios –el de los usados en las denuncias que logran incluso la intervención de la ONU y la apertura de expedientes confidenciales de reclamos al gobierno dictatorial en los años ’70 para mejorar la situación de los aché-, quienes hablan son los sobrevivientes que en ese tiempo eran ancianos y adultos recién despojados de sus bosques y su vida libre.

Estos relatos orales llevan en sí la significación desde la experiencia del contacto forzado en los distintos campos de concentración donde fueron remitidos para su sedentarización y/o explotación (y donde fueron entrevistados), al mismo tiempo que aún mantienen la simbología de la cosmovisión aché que estaba en estado pleno, pese a la reciente violencia. Esta condición imposibilitaba que tuvieran especificidades hasta lingüísticas para denominar los tipos de personas que perpetraron las sacadas (soldados, militares o civiles facultados por las autoridades) o la configuración de ideas que denominan las diversas violaciones de derechos de que fueron víctimas.

Sin embargo, las referencias comunes sobre la vida y la muerte, el sufrimiento, el despojo y la destrucción física a que aluden recurrentemente permiten una articulación del relato histórico muy clara sobre la violencia física y sicológica que soportaron: Las muertes por disparos de armas de fuego, los robos o secuestros de niños, los asesinatos y descuartizamientos para carnada de animales salvajes, la violencia sexual, el aniquilamiento por enfermedades de “blancos” empeorada por la omisión de auxilio, la falta de comida y decesos por inanición, los cambios drásticos en las costumbres alimentarias, el trabajo forzado y los usos culturales diferentes a que fueron obligados a subyugarse. Las pérdidas humanas y de libertad incluso eran transformadas en narraciones simbólicas a través de los pre’e o cantos como el de Jorge Chachubutavachúgi, que lamentaba el fin de los días en que era dueño de su vida y de su tiempo en la selva; o del chïnga de Noreta Kanechirígi que lloraba la muerte y desaparición de algunos hijos y parientes.

Como ocurrirá en los siguientes momentos de reconstrucción del relato, el momento de la historia nacional en que se producen aquellos hechos y el modo en que se ejecutan, ayudan al investigador a incorporarle la configuración final y el sentido histórico de los acontecimientos, determinar los responsables políticos y los ejecutores.

Segunda reconstrucción

La segunda vez que se tomaron los relatos orales de los sobrevivientes del genocidio aché fue en la audiencia pública del 16 de julio de 2008 en la bicameral del Parlamento en Asunción.

Habían pasado más de 35 años desde que se produjeron los hechos que rememoraban. Los ancianos de entonces estaban muertos y los adultos de aquel tiempo ya eran ancianos y habían experimentado para entonces un prolongado proceso de reconfiguración simbólica y cultural en su contacto intenso con la sociedad occidental envolvente.

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La base troncal de los hechos sin embargo se mantuvo sin alteraciones esenciales en los relatos, aunque ahora con explicaciones y adaptaciones a un lenguaje producto de la resiliencia, la posible superación del trauma y la incorporación de valores, referencias lingüísticas y representaciones no conocidos aún en los ’70 por ellos. Esto se entiende claramente desde las explicaciones que se traducen en los discursos de memoración. Aparecieron reivindicaciones que son de estos tiempos, como la protección de los bosques o referencias explícitas a los militares, a las armas que usaban, violaciones sexuales de mujeres, el robo y venta de niños y valoraciones sobre la falta de asistencia médica que podría haber salvado muchas vidas. Muestra de esto es lo que decía Roberto Chéigi de Chupa Pou, Canindeyú:

“No queríamos permitir que los apâ, (paraguayos) invadieran nuestro territorio, robaran a nuestros niños, abrieran picada y vendieran nuestra madera. Nuestra área se reducía cada vez más, ya faltaba comida, así que entrábamos también a robar mandioca y maíz de la chacra de los blancos, hasta llegamos a faenar sus animales. Los paraguayos respondían a estos actos a balazos. Nos perseguían hasta el monte, mataban a mansalva a cuanto indígena encontraban a su paso, abusaban de las mujeres y robaban a los niños que luego eran comercializados”[5].

O, lo señalado por Julio Tykuarângi de Kuêtuvy, Canindeyú:

“(mi hermano) Mató a un paraguayo con una flecha, por venganza. Recuerdo muy bien los atropellos por parte de los paraguayos y militares”[6].

También lo memorado por Antonio Mbepégi de Chupa Pou, Canindeyú:

“En el contacto con los paraguayos nos contagiaron enfermedades que para ellos eran lo más simple, pero para nosotros resultaban mortales, porque no estábamos preparados. Creo que si había asistencia médica se podía haber salvado vidas. Morían niños, adultos y ancianos, lo más triste es que morían de tos, fiebre, problema en el pecho. Casi a diario enterrábamos a nuestros muertos”[7].

En su relato, Andresa Tatúgi de Ypetîmí, Caazapá, hablaba de:

“…otros atropellos cometidos por los paraguayos y militares que causaron mucho daño a los aché, ya que mataban, sacaban maderas y contagiaban enfermedades. Varios murieron en el monte, de tos y fiebre”.[8].

Y Margarita Jeichági de Chupa Pou,Canindeyú, expresaba:

“Luego de mucho tiempo yo salí del monte y fui llevada con otra gente a Cerro Morotî. Allí presencié varias agresiones cometidas por (Jesús Manuel) Pereira. Le pegaba con machete a los aché y abusaba de las jóvenes, muchas de ellas salían de la pieza toda ensangrentada, esto ocurría sobre todo cuando Pereira estaba borracho”[9].

Lo nuevo y que incorpora una novedosa reconfiguración en estos relatos fueron los testimonios de los niños que habían sido secuestrados y vendidos para servidumbre y que ahora eran adultos. Casi ninguno de ellos recordaba el momento en que fue despojado del seno familiar, pero en todos los casos traían las memorias de las humillaciones, explotaciones y maltratos que recibieron como siervos de los “paraguayos” quienes como forma de degradarles aún más se referían de modo despectivo a su origen indígena como si se tratara de una escala inferior de la humanidad.

Joaquín Achipurângi de Arroyo Bandera, en Canindeyú, expresaba en ese sentido:

“Yo fui cazado y vendido a una familia paraguaya cerca de Curuguaty, mis dos hermanos menores también, yo era el más grande, crecí con ellos, estudié en la escuela del lugar. En la escuela y también los vecinos me decían que yo era guayakí, un indio. Un día me animé y comencé a tomar contacto con otros jóvenes que estaban en la misma situación. Me escapé de la casa, viví un tiempo en la comunidad de Chupa Pou y luego me casé con una mujer de mi pueblo, de ahí vine aquí a Arroyo Bandera, donde vivo actualmente. A uno de mis hermanos nunca más lo vi, mis padres fueron asesinados por los apä cuando éramos aun muy pequeños. Unos paraguayos se apoderaron de nosotros y nos sacaron del monte”

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Teresa Jakuvachúgi de Ypetïmi, Caazapá, en términos sencillos retrata el valor degradado que daban los no indígenas a los aché secuestrados, al punto de trocarlos por animales. Lo mismo, el trato en las casas de criadazgo donde se violaban todos sus derechos como persona:

“Pichín (López)(cazador de indígenas) me cambió por una vaca a la familia Arévalos de la compañía Yvy’aty de Tava’i. La familia me reconoció como hija, pero nunca fui tratada como ta. Hacía todos los trabajos de la casa sin recibir nada a cambio, nunca tuve zapato ni ropas adecuadas, la señora Martha me maltrataba “nde india” me decía, me pegaba con cualquier cosa. Cuando murió ella, los hijos me echaron de la casa sin nada, hoy reclamo algún reconocimiento. Constantemente era maltratada por la señora y sus hijas, “nde guayakí no sos nuestra hermana, nosotros te compramos para que nos sirvas” me repetían. Muchas noches pasé llorando preguntándome por qué era tratada de tan mala manera, ya que cumplía con todos los trabajos asignados. No podía ir a la escuela por las múltiples actividades que tenía diariamente”[10].

Margarita Mbywángi de Kuëtuvy, Canindeyú, le otorga una dimensión incluso política al relato e instala la idea de responsabilidad del Estado en el genocidio-etnocidio y puntualiza claramente el delito de secuestro configurado en el acto atroz de robo y venta de niños:

“Actualmente trato de dar todo lo que no tuve a mis hijos, siempre lucho contra la injusticia y culpo al Gobierno (Estado) por todo lo que pasó con el pueblo aché. Seguro que el Presidente de entonces (Stroessner) sabía lo que pasaba en el monte, porque los ancianos cuentan que eran militares quienes les atropellaban y llevaban criaturas como si fueran animalitos para vender. Dos de mis hermanos también fueron sacados del monte por paraguayos, uno se llama Martín, vive actualmente en la zona de Curuguaty (hace 3 años se instaló en Kuëtuvy con su esposa paraguaya e hijos) y del otro no sé nada”[11].

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También estaban quienes por primera vez hablaban sobre lo que les ocurrió durante el proceso de sedentarización (despojo violento de sus hábitat y sometimiento a pautas y regímenes de vida extraños a su cultura) Y aparecieron los testimonios indirectos de aquellos que conocieron lo sucedido por el relato de sus padres y el de los ancianos, porque eran muy pequeños cuando fueron sacados de la selva y no tenían aún conciencia, evidenciando un nuevo nivel en los procesos de memoria oral, la transmitida intergeneracional o socialmente.

Al respecto, Roque Bepurángi, quien vive en Ypetimí, Caazapá, explicaba con claridad el origen de su relato –que no escapa a la frecuencia de lo ya conocido- y los rasgos comunes de la brutalidad de la acción de los no indígenas, el momento aproximado del inicio de las persecuciones, los asesinatos, secuestros y la pérdida de identidad de muchos de ellos:

“Supe a través de mis padres y los ancianos lo que pasó con mi pueblo, ya que en esa época yo era muy pequeño. Ellos me contaron que los paraguayos le perseguían mucho. Desde que empezaron a abrir picadas en nuestro territorio terminó la tranquilidad para los aché. Les mataban sin piedad a los adultos y llevaban a las criaturas para vender. Esto es muy triste para nosotros. La familia aché se dispersó, casi todos los que estamos aquí tenemos parientes que viven fuera porque fueron vendidos o cambiados por animales y muchos ni siquiera saben que son aché”[12].

En esta segunda manera del relato histórico –la Audiencia Pública- a partir de las memorias orales del genocidio y etnocidio aché, se vuelven más visibles las incidencias del pensamiento derivado del contacto con la sociedad no indígena. El discurso incorpora dimensiones políticas y valoraciones occidentales, incluso dentro de líneas que diseñan inconfundibles reclamos de derechos, figuras que en el primer tiempo no aparecían porque no formaban parte del imaginario del pueblo aché que estaba siendo obligado a fuego y sangre a abandonar su estado silvícola, su cultura y su libertad.

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En los casos de los secuestrados retornados, que fueron criados –servidumbre- de familias paraguayas o peones de obrajes o agricultores y que no conocían su lengua, la cultura que abrevaron, la ajena a su pueblo, la de los apâ, es determinante en sus relatos. Lo que detallan de su experiencia directa ayuda a conocer y reconstruir cómo fue la violencia contra los aché fuera de los campos de concentración, ya en los ámbitos domésticos que incluían a familias distinguidas de la sociedad paraguaya donde fueron degradados como seres humanos y explotados mediante sistemas de abuso emparentados con la esclavitud; y en los obrajes donde realizaban el trabajo más pesado y recibían casi nada a cambio.

Recién con estas nuevas incorporaciones de la memoria oral sobre el genocidio aché comienza a conocerse la otra parte del relato histórico que en su primera fase, 35 años antes, no existía porque las víctimas aún eran niños y niñas que ni siquiera habían asumido estado de conciencia cuando fueron despojados del seno familiar y su entorno cultural. Durante todo ese tiempo su desgarradora historia permaneció soterrada bajo el vértigo de la supervivencia y el avasallamiento cultural.

Este nivel del relato no está suficientemente indagado y llega a constituir en sí mismo un capítulo nuevo dentro del genocidio que en muchos casos sigue perpetrándose porque aún existen numerosos aché viviendo una identidad que no es la suya porque la propia les fue despojada, en un mundo –el de los no indígenas- al que fueron introducidos con violencia, sin su consentimiento.

Hasta hoy siguen apareciendo nuevos miembros del pueblo aché que regresan a las comunidades, ya por la búsqueda de sus parientes, por averiguaciones propias o por terceros que intervienen para permitirles al fin intentar recuperar la vida que les arrebataron.

Tercera reconstrucción

El 17 de julio de 2014, cuatro ancianos, dos de Kuëtuvy y 2 de Chupa Pou llegaron a Asunción para contar sus memorias del genocidio bajo la dictadura.

Este evento al que concurrieron masivamente personas de diversas pertenencias se denominaba en aché gatú Kuaa reko jue (Memoria necesaria), como anticipo de lo que luego sería una suerte de diálogo en idioma propio con traductor del mismo grupo nativo.

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Un seminario en Madrid, España, sobre la causa judicial presentada en abril de 2014 en tribunales argentinos por Justicia Universal contra el Estado paraguayo, servía de pretexto para dar la palabra a los sobrevivientes y permitir que esta vez los desencadenadores de la última parte de los relatos fueran las personas comunes que estaban en el auditorio. La sociedad paraguaya nunca antes había tenido este tipo de contacto con los relatos ni sus protagonistas.

Después de 6 años de la audiencia pública de la Comisión de Verdad y Justicia y 40 años de las primeras denuncias, los aché volvían a hablar del tema. Casi la totalidad de quienes esta vez lo hacían no habían participado de ninguno de los momentos anteriores. Los hechos contados se mantenían fieles en esencia a lo que se venía describiendo desde hacía 4 décadas. Sin embargo, las referencias y representaciones con las que eran colocados algunos protagonistas/ejecutores permitían definiciones mucho más claras de quiénes eran los perpetradores y responsables.

Antonio Mbepégi expresó que las persecuciones en la selva, las muertes con golpes y armas de fuego y los maltratos los habían ejecutado personas vestidas de verdeolivo (tyru prana), camuflado (tyru para) y caqui (tyru iju) Esta es una de las escasas, si no la única vez en que aparte de referencias concretas sobre los militares aparecen policías en el proceso de exterminio aché. También explicó que los apremios físicos y muertes los aplicaba con extrema violencia Manuel Jesús Pereira, el mismo que debió abandonar el campo de concentración de Cerro Morotï, llevándose consigo como esclavos a varios aché, tras violar a la hija de un paraguayo.

Igualmente aparecen como cómplices en el proceso de las “sacadas” los misioneros de la controversial iglesia estadounidense Misión a las Nuevas Tribus –To the New Tribe Mission- que en los ’80 provocaron enfrentamientos y muertes entre ayoreos (totobiegosodes) no contactados en el Chaco. Marisol Kajági, indicaba sucintamente que ella, siendo aún adolescente, fue arrebatada de su bosque junto con sus hijos por los militares y entregados a aquellos misioneros. Ella no recuerda días buenos. Relata que su universo se llenó de sufrimiento y desolación.

Juana Chachúgi dio otra dimensión a sus memorias. Con un tradicional canto (pre’e) –resiliente- recordó la violencia de las incursiones de personas de civil acompañando a militares. Contó que la primera vez que los no indígenas llegaron ella era pequeña y logró huir. También habló de cuando mataron a dos de sus hermanos a palos y a una hermana embarazada cortándola luego en trozos; y finalmente que cuando era adolescente la desarraigaron de su selva y vivió días interminables de dolor, tristeza y despojo.

El más revelador de este conjunto de relatos fue el de Dionisio Cherýgi, de unos 50 años, quien había retornado con sus parientes hacía apenas 4 años (2010) No recordaba cuándo lo secuestraron, dónde, ni quiénes lo criaron. Es uno de los cientos de niños robados y vendidos para servidumbre durante la década de los ‘60 y 70. Contó, casi murmurando, en guaraní, el único idioma que habla, que creció entre obrajeros y campesinos, que le hacían trabajar sin descanso ni retribución, sometido a régimen de hambre, criado como y entre los animales. En ningún momento levantó la mirada hacia otras personas, o si lo intentaba era furtiva. Explicó que no había desarrollado relaciones sociales a lo largo de su vida.En su relato se cruza Antonio Mbepégi, quien lo reconoce como sobrino y le cuenta del momento en que fue secuestrado de la selva siendo aún muy pequeño, durante una de tantas incursiones armadas de los apäproro (los hombres que disparan) en sus selvas.

En este tercer momento de la reconstrucción del relato histórico desde la oralidad, sobre el genocidio aché empieza a emerger una de las dimensiones poco consideradas o reveladas, no por inexistente sino por la urgencia de otros aspectos del relato: el profundo daño sicológico y la destrucción de la condición humana en casi todos sus niveles.

El caso de Cherýgi –que en la selva tenía otro nombre y decidió cambiarlo como borrando el terrible pasado para iniciar un nuevo episodio, tratando de olvidar las décadas de aniquilamiento de su personalidad por parte de los no indígenas, como reveló-, es el de muchos niños y niñas aché secuestrados, vendidos o canjeados por mercaderías o ganado y que sobrevivieron a pesar de todo, mientras otras decenas no corrió la misma suerte pereciendo bajo todo tipo de tormentos que las autoridades gubernamentales sabían y consentían por acción u omisión.

Líneas finales

La línea de tiempo que se sigue en el presente abordaje y las diversas circunstancias sociopolíticas e históricas en las que aparecen las representaciones orales de miembros de una misma población sobre el mismo tema nos muestra que además de permitir un conocimiento progresivo de lo sucedido, eleva la complejidad de la comprensión e interpretación de acontecimientos; porque además asume sus consecuencias como parte necesaria del relato que se significa y resignifica no solo en los sentidos que cobra sino porque además se sigue produciendo en la medida en que aparecen nuevos actores y los detalles se mantienen como parte de la tradición oral intergeneracional de ese pueblo.

La memoria oral planteada desde la recordación del genocidio aché es el cimiento que permite escribir el relato histórico sobre ese hecho y sus diversos momentos. No obstante, el resultado final no es producto de la única acción del investigador sino de la intervención sucesiva y a veces hasta superpuesta de fragmentos de recuerdos, de voces que retornan y referencias que se amplían para producir finalmente un producto histórico colectivamente contado.

Los aché en este siglo XXI tratan de recuperar parte de lo que les fue usurpado –tierras, territorios, vida, libertad-; y sobre la sabiduría de sus ancestros y los terribles recuerdos del genocidio buscan sobreponerse y empiezan un lento proceso de reclamos de derechos y exigencias de reparación y restitución. Sus memorias son las de todos los pueblos indígenas que padecen y perecen diariamente desde 1492…

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Sobre el autor

Miguel H. López, maestrando en Historia Paraguaya Independiente por la Universidad Nacional de Asunción y licenciado en Ciencias de la Comunicación por la misma institución. Docente, periodista y cineasta con especialización en diversos países de América. Desarrolla trabajos interculturales y acompaña procesos con el pueblo aché desde 2007. Premio Nacional de Periodismo 1999, Premio Cabildo 2005 en audiovisual histórico y Periodista Amigo de la Infancia en 2007. Realizó publicaciones sobre el Operativo Cóndor, la dictadura de Stroessner, Libertad de Expresión y Sistema Interamericano, Relatorías sobre DDHH, derecho consuetudinario e investigaciones periodísticas. En 2014 fue distinguido por los colectivos de víctimas de la dictadura por su relevante aporte en la preservación y difusión de la memoria histórica.

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Bibliografía

Comisión de Verdad y Justicia (2008): “Capítulo III: Violaciones de Derechos de los Pueblos Indígenas, en Informe Final. Tomo III: Las Violaciones de Derechos Humanos de Algunos Grupos en Situación de Vulnerabilidad y Riesgo.

Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Caso 1802. 27 de mayo de 1977 (Comunidad Aché vs. Paraguay). Resolución aprobada en sesión 539 a de 27 de mayo de 1977 (41º Período de Sesiones) y transmitida al Gobierno de Paraguay el 27 de mayo de 1977.

Dirección General de Verdad, Justicia y Reparación (2010): La Situación de Derechos Humanos del Paraguay entre 1978 y 190: El Procedimiento 1503 de las Naciones Unidas.

Gómez-Perasso, J. A. (1987): Crónicas de cacerías humanas: la tragedia ayoreo. Asunción. El Lector.

La agonía de los Aché –Guayakí – Historia y cantos. Bartomeu Meliá s.j., Luigi Miraglia y Mark y Christine Münzel, Centro de Estudios. Antropológicos de la Universidad Católica “Nuestra Señora de la Asunción”, 1973

Melià, B. (2008): “Pueblos Indígenas en Paraguay y Violación de Derechos Humanos (1958-2003)”, en Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas, IWGIA, (2008): Los Achés del Paraguay: Discusión de un Genocidio. IWGIA. Conpenhague.

Munzel, M. (2008): “Los Indígenas Aché: Genocidio en Paraguay”, en Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas, IWGIA, (2008): Los Achés del Paraguay: Discusión de un Genocidio. IWGIA. Conpenhague.

Servín, J. A. (2008): Stroessner, su dictadura y los impactos en el pueblo Aché, en Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas, IWGIA, (2008): Los Achés del Paraguay: Discusión de un Genocidio. IWGIA. Copenhague.

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[1] La Convención para la Sanción y Prevención del delito de Genocidio fue aprobada en 1948. El artículo 2 expresa que esta figura consiste en “cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal: a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo”.

[2] Stronismo, es la denominación frecuente que se utiliza en la sociedad paraguaya y entre los estudiosos de la fase de la historia para denominar el sistema o régimen de Alfredo Stroessner (1954-1989) caracterizada por constituir una dictadura militar que rigió por casi 35 años con sistemática violación de los derechos humanos y destrucción de toda base democrática y de libertad con saldo de miles de perseguidos, exiliados, desaparecidos y torturados, cuando no eran ilegalmente detenidos por razones de conciencia. También suele usarse el término Stronato.

[3] (Edeb Piragi 1999)

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