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Malas noticias, señores y señoras de la mafia

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Al otro lado del silencio
Por Andrés Colmán Gutiérrez
Es lo que pretendían, ¿verdad…? Imponer el miedo y el silencio, como ocurre hoy con muchos colegas periodistas en el Norte de México, que ni siquiera pueden publicar reportes policiales sobre temas de narcotráfico, porque a las pocas horas reciben una amenaza telefónica, una golpiza en plena Redacción, o son acribillados al salir a la calle. Son esas cruciales circunstancias en que uno prefiere callar a morir, aunque hay quienes no.
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Es lo que buscaban, ¿verdad…? Que los periodistas dejemos de investigar y de informar acerca de sus sangrientos negocios. Que nos pongamos una venda sobre los ojos y que nos tapemos la boca con una mordaza. Que renunciemos a nuestra misión de averiguar y de contar lo que pasa, para que ellos puedan seguir lucrando libremente sobre la miseria de muchos.

Sí, esa era la oscura intención. Ese era el siniestro mensaje que ya nos habían hecho llegar hace casi 24 años, cuando en pleno Día del Periodista Paraguayo, 26 de abril de 1991, en aquel trágico mediodía en la tierra de nadie, acribillaron con 21 certeros balazos al colega Santiago Leguizamón, un crimen que continua en la total impunidad, ante la absoluta inacción del Ministerio Público y del Poder Judicial.

Ese era el perverso objetivo que se fue reiterando en todos estos años, con la larga lista de 16 comunicadores asesinados en las más diversas circunstancias, principalmente en la región fronteriza con Brasil, ese vasto territorio en que las redes del narcotráfico se han ido estableciendo, con la directa complicidad de muchas autoridades políticas, de jueces y fiscales, de policías y funcionarios.

Ese fue también el último mensaje sangriento que nos hicieron llegar en la funesta tarde del jueves 16 de octubre, cuando en una desolada carretera de Villa Ygatymí, Canindeyú, acribillaron al corresponsal del diario ABC Color, Pablo Medina, y a su asistente Antonia Almada. «Aprendan: Dejen de meter sus narices, si no quieren morir como Pablo y como todos los demás periodistas», parecía decir el mensaje, en su simbólico y sangriento lenguaje.

Pues no, señoras y señores de la mafia del narcotráfico y de la narcopolítica: Tengo malas noticias para ustedes. Déjenme decirles que no han logrado imponer su mensaje de muerte.

Aunque tengamos naturalmente temor a ser víctimas de su irracional violencia, no estamos dispuestos a cerrar los ojos, ni a taparnos la boca. No vamos a dejar que nos venzan con el miedo y el silencio.

Aquí estamos, señores y señoras de la mafia, prosiguiendo la tarea de Pablo, de Santiago, de Salvador, de tantos otros, escarbando como nunca antes en los vínculos sangrientos de este negociado criminal que se nos ha metido en las venas y en alma de la Nación, y que llega hasta las salas de las máximas instancias del poder.

Necesitamos el apoyo de toda la ciudadanía de bien. Todavía estamos a tiempo de detener a la violencia y la corrupción, y construir juntos un Paraguay diferente.
UH

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